Reloj Público o Torre Morisca
|
Beatriz Herrera
Reloj Público o Torre Morisca
|
Para hablar de nuestro reloj público o municipal es necesario remontarnos al tiempo en el que los guayaquileños sabían de la hora en que vivían gracias a las campanadas dadas por las iglesias de la ciudad. Historiadores y cronistas como Pedro José Huerta y Modesto Chávez Franco nos cuentan que la primera máquina de reloj que tuvo Guayaquil se hallaba en una pequeña torre adjunta a la Casa de las Temporalidades y que esta pertenecía a la Compañía de Jesús, orden que había sido la responsable de traerla a mediados del siglo XVIII. Muchas conjeturas se han hecho sobre el origen de esa vieja máquina, pero todas apuntan a que fue traída por los jesuitas y trasladada a la Casa del Cabildo luego de la expulsión de estos, y que finalizó su construcción en 1816. Desde su traslado este antiguo reloj no paró de dar problemas, bien sea porque fue rearmado defectuosamente o porque algún accidente en dicho traslado lo dañó, lo que produjo su pésimo funcionamiento. Hay que tener en cuenta que la escasez de fondos que aquejaba permanentemente al Cabildo no ayudaba para darle un adecuado mantenimiento, razón por la cual la situación se agravaba aún más. En 1835 se contrató al relojero Samuel Guillpin para que reconstruyera el reloj y lo hiciera funcionar tal y como en sus mejores tiempos. Lastimosamente, Guillpin era un vivo de siete suelas que lo único que intentaba era estafar al Cabildo. En 1837, el corregidor Juan de Avilés interpuso un pedido al Cabildo para que se comprara a la mayor brevedad posible una nueva máquina, ya que el viejo reloj no servía. Largo y tedioso fue el camino para llegar a conseguir los fondos que se requerían para dicha adquisición, pero finalmente Manuel Antonio de Lizárraga dio en préstamo el dinero necesitado por el Cabildo para que encargara a Inglaterra un nuevo reloj y lo pusiera en funcionamiento en el lugar ocupado por muchos años por la antigua máquina. El pedido del reloj se hizo bajo las condiciones siguientes: 1.- Cuantía: que su valor no excediera de mil quinientos pesos. 2.- Resistencia: que su maquinaria fuera construida de materiales bastante fuertes para sufrir y resistir el calor y la humedad, intensos en nuestros climas tropicales. 3.- Visualidad: que las esferas fueran bien claras, de números latinos negros sobre campo blanco. 4.- Acústica: que diera las horas y cuartos en una campana cuyo tañido pudiera oírse hasta una legua de distancia. 5.- Magnitud: que para sus dimensiones se tuvieran presentes las de la torre del edificio municipal, que son: 11 pies y 4 pulgadas de elevación y 9 pies 7 pulgadas de diámetro en el cuerpo de ella para alojar el reloj y que, finalmente, el cable de las pesas no se desarrollara en una longitud mayor de 12 pies 9 pulgadas. Habiéndose comisionado al corregidor Bernal para la adquisición del nuevo reloj, este encargó la máquina en mayo de 1839 a la casa Santiago Moore French de Londres. Largo tiempo tuvo que pasar para que llegara el reloj a la ciudad y como si fuera un símbolo de lo que estaba por suceder, vino en 1842 para anunciar, con sus campanadas, el momento final de la fiebre amarilla, azote que acabó con gran porcentaje de su población en tiempos de la gobernación de Vicente Rocafuerte. El 9 de septiembre de 1842, el corregidor de aquel entonces, José María Maldonado, contó la buena nueva al Cabildo y le participó la llegada de la flamante mañana, así como las gestiones que se iniciaron para que un mes después, es decir el 9 de octubre, Vicente Rocafuerte pudiera inaugurarlo en la torrecilla de la Casa del Cabildo, reemplazando al viejo reloj de los jesuitas. El pago del reloj se hizo a la casa Lizárraga con impuestos recogidos para el efecto. ¿Que cuánto costó el reloj? No lo sabemos, pero no debió ser mayor a 1.500 pesos, ya que esta fue una de las condiciones para su encargo y consta en documentos que la deuda adquirida con Lizárraga se saldó de la siguiente manera: 1.000 pesos en diciembre de 1841 y los restantes 500 asignados al presupuesto de 1842 para ser pagados en los primeros meses. Podría parecer que la historia del reloj termina aquí, ya que la misma máquina que Rocafuerte inauguró el 9 de octubre de 1842 es la que todavía nos acompaña en la Torre Morisca del malecón, hoy después de 165 años, pero no es así, ya que los domicilios por los que ha tenido que pasar desde aquellos lejanos días en los que daba sus campanadas en la torrecilla son algunos. En 1905 fue trasladado con todo y torre hacia la cubierta del Mercado de la Orilla (frente a la Casa del Cabildo), ya que la vetusta y anciana Casa Consistorial amenazaba ruina, siendo esta una de las razones por las que fue incinerada tres años después. En 1916 se aumentaron 2 volúmenes bajo la torre para darle más altura y permitir que las campanadas se escucharan en toda la ciudad. Poco tiempo se mantuvo en este sitio, ya que el 6 de junio de 1921 la Municipalidad contrató a Nicolás Virgilio Bardellini para que construyera una torre de hierro revestida de cemento en muro saliente del malecón (emplazamiento del antiguo muelle municipal) frente a la avenida 10 de agosto. Esta torre tuvo 22 metros de altura y estuvo conformada por una secuencia de volúmenes cúbicos de tamaño creciente de arriba hacia abajo, en cuyo nivel superior se colocó la máquina del Reloj Municipal. El costo de la construcción ascendió a 10.000 sucres y el tiempo que se dio para su ejecución fue de cinco meses. Pocos años duró nuestro reloj en la torre mencionada, ya que en 1927 fue removido por fallas en su estructura, la base de la torre se destinó para servicios higiénicos y se mantuvo embodegada la máquina hasta segunda orden. En 1930 se iniciaron las gestiones para construir una nueva torre para el Reloj Municipal, las que estuvieron enmarcadas dentro del proceso de embellecimiento del malecón y la creación del Paseo de las Colonias. Es así como el 24 de mayo de 1831 se inauguró la nueva torre, de características moriscas y estructura de hierro forjado y hormigón, levantada por el ingeniero Francisco Ramón y el arquitecto J. Pérez Nin y Landín. Sobre la Torre Morisca, nuestro querido y antiguo reloj ha visto tantos momentos de gloria como de tristeza manteniéndose hasta la actualidad como testigo de nuestro pasado, dando la hora de nuestro presente y, Dios mediante, la de nuestro futuro también. Uno de los tantos edificios interesantes que tiene la ciudad de Guayaquil que se encuentra ubicada en las calles 10 de Agosto y Malecón, la que sin dudas es uno de los símbolos de la ciudad. |